Entrevistando a....
Aquí podrán leer entrevistas a quienes forman parte de Letras Latinas
jueves, 7 de diciembre de 2017
Hablemos de Literatura
¿El escritor nace o se hace?
¿Qué es un
escritor? ¿Un iluminado, un inspirado por las musas que nace con el don de
crear belleza utilizando palabras o alguien que va aprendiendo a escribir a lo
largo de toda una vida y a partir de la lectura de otros que le sirven como
modelo?
Si la respuesta
fuese la primera, no sería necesario ningún aprendizaje, ya que es algo que él
poseería “per se”, un don casi divino que forma parte de su esencia. Si fuese
la segunda, significaría que cualquier persona que tenga amplios conocimientos
lingüísticos y ortotipográficos y haya leído mucho está en condiciones de
escribir un buen libro.
Pienso que un
buen escritor surge del complemento de ambas cosas. Por un lado, tener amplios
conocimientos lingüísticos y haber realizado variadas lecturas ayuda y mucho a
la hora de escribir un buen libro, ya que los otros escritos funcionan como
modelos a imitar o espejos en los cuales mirarse. Cada escritor sabe qué estilo
admira o a cuál le gustaría parecerse. Además, a lo largo de mi carrera docente
he comprobado que los alumnos que más leen son también los que mejor escriben.
Como tan certeramente sostenía Borges: “Los buenos escritores son aún mejores
lectores”. Sin embargo, estos conocimientos de por sí tampoco garantizan el
surgimiento de un buen escritor, porque esto depende también de otras
cuestiones. En primer lugar, de la intención y el deseo de decir o comunicar
algo a alguien. Uno no empieza a escribir “porque sí”, tiene que existir en
quien escribe un profundo deseo de emocionar, entretener, conmover o movilizar
a otros para que surja un buen texto. En segundo lugar, depende del
conocimiento que quien escriba tenga de quienes serán sus posibles lectores, de
cuáles son sus gustos de lectura,
su mirada sobre
su propia época, su ideología, y de la capacidad que tenga para llegar a ellos.
Pero, dicho esto, uno va y lee un soneto
de Quevedo, un cuento de Cortázar, un romance de Lorca o una tragedia de
Shakespeare y no queda otro camino que reconocer que, efectivamente, en ellos
hubo un don, un talento natural, una genialidad que iba más allá de los
conocimientos o aprendizajes que hubiesen adquirido en su vida y que supieron
conmover hasta las lágrimas y enamorar a su propia época, a la actual y
seguirán haciéndolo en los siglos venideros.
Concluyendo,
pienso que un escritor nace, lleva
en sí una semilla que lo llevará a desear escribir para otros en algún momento
de su vida con mayor o menor talento, pero también se hace, con esfuerzo, con tesón, con perseverancia, rompiendo
borradores, tachando y volviendo a empezar una y otra vez hasta que lo que
quiso decir coincida fielmente con lo escrito.
¿Qué nos queda
entonces a aquellos a los que esa varita de la genialidad tal vez nos pasó de
largo, pero que, pese a todo, amamos escribir con el alma? Aprender, aprender y
aprender, cada minuto, de cada día de este camino tan complejo y a la vez
fascinante y único que llamamos VIVIR Y ESCRIBIR.
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miércoles, 6 de diciembre de 2017
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